El manco que anotó en una Final del mundo
Kylian Mbappé, tres goles en una Final de Copa del mundo. Geoff Hurst, tres goles en una Final de Copa del Mundo. Zinedine Zidane, tres goles en dos Finales de Copa del Mundo. Pelé, tres goles en dos Finales de Copa del Mundo. Vavá, tres goles en dos Finales de Copa del mundo. Lionel Messi, dos goles en una Final de Copa del Mundo. Mario Alberto Kempes, dos goles en una Final de Copa del Mundo… Y tantos y tantos jugadores -estelares y no tan estelares- que se hicieron presentes en el partido más importante de todos. Sin embargo, hay uno al que hoy en día no se le recuerda mucho fuera de su natal Uruguay, pero que viene a la mente en la actualidad, precisamente tras la histórica victoria de la Celeste en Argentina por eliminatorias. Se trata de Héctor Castro, cuyo tanto en la definición de 1930 contra Argentina selló la consagración de Uruguay como primera campeona del mundo de la historia.
El nombre de Héctor Castro en la lista de goleadores de las finales del mundo no es uno cualquiera, pues el charrúa terminó de dar forma a ese 4-2 que se quedó para todas las épocas en la mente de la nación oriental, teniendo que lidiar con un hándicap, tenía el brazo diestro incompleto.
1930: Uruguay 4-2 Argentina
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— 🇺🇾⚽️🎥 (@ArchiveVideo50) December 18, 2022
La tragedia
Desde muy pequeño, Héctor Castro comenzó a trabajar. En ese contexto laboral, la tragedia se hizo presente cuando tenía diez años, ya que una sierra eléctrica le amputó su brazo derecho hasta unos centímetros por debajo del codo. Aún así, el niño, hijo de padres gallegos, iba a convertirse en un futbolista de esos que se quedan para siempre, pues no sólo forma parte de la generación de los primeros campeones del mundo, sino que puede decir que marcó el primer gol de la historia de las Copas del Mundo para Uruguay, el 1-0 frente a Perú del debut, y que marcó el último gol de ese Mundial pionero, el tanto que sentenció aquella definición del domingo 30 de julio de 1930 en el Centenario de Montevideo.
Castro como jugador
El Divino Manco, nacido en 1904 en Montevideo, era un delantero hábil, con buen uno contra uno y muy buena relación con la red, como lo muestran sus 18 goles en 35 internacionalidades con Uruguay. Resalta que en la faceta física del juego, Castro no le rehuía al choque, pese a faltarle parte del brazo derecho.
Castro desarrolló su carrera en el desaparecido Club Atlético Lito, en el que hizo su debut en 1921, y en Nacional de Montevideo, uno de los dos colosos del fútbol uruguayo. En el medio de su estadía en el Bolso, cruzó el Río de La Plata para desempeñarse en el curso 1932/33 en las filas de otro histórico, Estudiantes de La Plata. Ya de vuelta en Nacional, Héctor Castro se iba a retirar en 1936.
Su trayectoria en el ámbito de clubes no decepcionó, sobre todo en Nacional, donde ganó los campeonatos uruguayos de 1924, 1933 y 1934. No obstante, el legado de Héctor Castro está más asociado a sus conquistas en la selección nacional, donde no sólo se hizo con la Copa del Mundo de 1930, sino que también ganó los Juegos Olímpicos de Ámsterdam 1928 y las Copas América de 1926 y 1935, teniendo un papel importante en el ataque.
¿Campeón o bicampeón del mundo?
Cuando hablamos de la selección de Uruguay siempre salta a la palestra la misma discusión, ¿la Celeste ganó dos o cuatro Copas del Mundo? En la nación oriental, defienden que la Asociación Uruguaya de Fútbol ha conquistado cuatro mundiales absolutos, pues cuentan como títulos mundiales -y ojo, que la propia FIFA lo reconoce así- los Juegos Olímpicos de París 1924 y Ámsterdam 1928. Estos títulos olímpicos, sumados a las Copas del Mundo de Uruguay 1930 y Brasil 1950, bordan las cuatro estrellas que coronan el escudo de la AUF.
En cualquier caso, lo reconozcan como campeón o bicampeón del mundo, el Divino Manco forma parte de la historia del fútbol mundial, ya no sólo por convertir el primer tanto de la historia de los Mundiales de una nación ilustre del juego como Uruguay, ni por marcar en la primera Final de todos los tiempos de las Copas del Mundo, ni tampoco por ganar aquel primer torneo bajo la organización de FIFA, sino por dejarnos constancia de que las cosas que de verdad se desean, se consiguen. No existen los hándicaps.
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